En mayo acudí al servicio de urgencias por un problema de salud que me aquejaba desde hacía días. Desde mi llegada, fui tratada con respeto y humanidad: el vigilante me orientó con amabilidad, y en el triage confirmaron que debía ingresar, aunque debía esperar por la alta demanda. Fueron cerca de siete horas en sala de espera, donde observé a muchas personas en la misma situación, con angustia, pero también con paciencia y esperanza.
Durante ese tiempo, comprendí lo que significa vivir el valor del respeto en salud. Las secretarias, incluso ante usuarios molestos, respondían con empatía y serenidad. Los auxiliares nos monitoreaban, nos hablaban con cariño y nos informaban para darnos tranquilidad. Al ingresar, la atención fue aún más cálida: el personal de aseo cuidaba cada detalle, y médicos y auxiliares explicaban cada paso con profesionalismo y consideración tanto conmigo como con mi madre que estaba angustiada por mi condición.
Salí con
un diagnóstico, aunque no fue el definitivo, si con la certeza de que el
respeto no es solo un valor institucional, sino una práctica diaria que
humaniza cada atención que brindamos. Agradezco profundamente a todo el equipo
de urgencias por recordarnos que, incluso en la dificultad, ser tratados con
dignidad hace la diferencia.
Sandra Jiménez - Líder de Tesorería